Soy de las que piensa (y eso de pensar está también sobrevalorado), que el tal G. Clooney es uno de esos actores del “pues no era para tanto”.
Considerado uno de los hombres más atractivos del Hollywood de las últimas décadas, Clooney sorprende en esta película nada convencional. Reconozco que cuando escuché las primeras críticas sobre Los Descendientes, yo aún era bastante escéptica en cuanto a ir al cine a ver a Clooney, quería ver la película por otros motivos diversos, no por el actor (que en este caso yo no valoraba muy positivamente).
Declarado mi interés casi nulo en el sexappeal de Clooney, fui a ver Los Descendientes como la que va a explorar un nuevo territorio con la certeza de que no va a gustarle.
La película empieza con una advertencia que me resulta poco atrayente aunque consigue lo que desea, hacerte pensar y asentir con la cabeza. Hawaii no es únicamente un paraíso para turistas, es una ciudad, como todas las demás.
Con sus miserias y sus gentes y sus inmigrantes y sus nuevos o “viejos” ricos que en este caso son dueños de uno de los últimos territorios vírgenes del archipiélago.
Tras esta advertencia inicial, el espectador aún no sabe dónde se ha metido. Un drama familiar bajo el sol del Pacifico, un paisaje de ensueño y unos personajes que sorprenden por su naturalidad. “Como la vida misma”, así es como definiría esta película. Sus personajes y sus situaciones no son las de la ficción hollywoodiense a la que estamos acostumbrados, sus situaciones y las reacciones de los personajes ante ellas son las que las personas con sus mil defectos y sus mil virtudes mantienen ante la vida que se empeña en crear problemas.
Clooney no es el marido y padre sexy, súper hombre, despreocupado pero siempre dispuesto a todo. Es un nombre corriente (millonario, pero corriente), buena persona y algo ingenuo con su situación… y que ha dejado que las cosas sigan el curso natural de la despreocupación.
En Los Descendientes las mujeres no engañan a sus maridos con modelos, ni deportistas famosos. Aquí el amante es un hombre casi repulsivo, con un toque freak que hace que el espectador casi se replantee el resto de la historia.
Juegan a cargarse estereotipos aunque en el fondo tenemos una típica historia de: millonario comprensivo que finalmente renuncia a vender sus tierras para edificar y deja que la fauna y la flora crezcan salvaje (con ello haciendo felices a todos los lugareños ecologistas del lugar). Creo que esa es la historia: vender o no. A partir de este conflicto tenemos todo un drama familiar con una madre de familia en coma, un marido ausente pero que reaparece como para ocupar su lugar en el ciclo (muy a lo Rey León que tras despreocuparse y aprender su Hakuna Matata, vuelve con intención de recuperar reino, familia y amistades tal y como las dejó al despreocuparse). Pues en definitiva Clooney intenta unir un puzle que hace tiempo parece que dejó de importarle.
No me queda muy claro con qué personaje debemos sentirnos identificados o quién es el bueno o el malo… Realmente no podemos y, cómo en la vida… no hay blanco o negro sino toda una escala de grises. Matices que hacen que sea una película que vale la pena. Realista a ratos y tipyc Hollywood en otros.
Satisfecha con Clooney, no me desagrada en esta película, quizá porque no va de sex symbol…
En cuanto al resto de personajes, bastante planos, no dan para mucho y… la aparición estelar del “amigo imbécil” que a la vez parece ser la voz de la experiencia en una sorprendente declaración nocturna… Bueno, estas son las películas de éxito y estas las ocurrencias de los guionistas.
Que quien sea que viva allá arriba, nos coja confesados. Nota Petite Alice: 7 de 10.
JC
jueves, 26 de enero de 2012