Cada vez que veo un título y el nombre de Ryan Gosling al lado, no puedo evitar correr a ver la película…
Eso va a tener que acabarse… No obstante tras Los idus de marzo, volví a enamorarme de este actor al que conocí gracias a El diario de Noah y al que he estado siguiendo desde entonces. No voy a hablaros aquí de los meritos de Gosling como actor, ni de lo mucho que me ha gustado en esta película o lo increíblemente inexpresivo que me resultó en Drive (aunque sé que eran exigencias de su personaje, no acabó de gustarme).
Hoy, voy a hablar de esta película de Clooney que durante sus 101 minutos no ha dejado ni un solo segundo de recordarme a Primary Colors, una película de 1998 dirigida por Mike Nichols que obtuvo dos nominaciones a los Globos de Oro, dos a los Oscar (mejor guión adaptado de la novela de Joe Klein y mejor actriz secundaria para Kathy Bates) y dos nominaciones a los BAFTA.
El argumento de Los idus de marzo resulta casi idéntico al de Primary Colors, en ambas dos candidatos luchan para conseguir votos y en ambas podemos ver el seguimiento de la campaña y los esfuerzos de los asesores y la dirección de comunicación del partido. El protagonismo se centra en Primary Colors en la figura de Henry, el coordinador de la campaña que, tras un escándalo sexual que apunta directamente a Jack Stanton, el gobernador demócrata para el que trabaja, se ve obligado a decidir entre la moral y la lealtad a su “jefe”. En Los idus de marzo, es Steven (interpretado por Ryan Gosling) ese joven idealista, director de comunicación de la campaña, el que poco a poco y a base de extorsión, tentaciones y algún que otro error, descubrirá el precio de trabajar en política y la doble moralidad entre hacer lo correcto y ser leal a la persona a la que representas.
El escándalo sexual es en ambas películas el tema con el que se puede jugar y hacer jaque al rey. En Primary Colors, Stanton deja embarazada a una chica de color, hija de una familia de clase media. En Los idus de marzo, el gobernador Mike Morris deja embarazada a una de las becarias que trabaja para la campaña.
Como puede verse, las similitudes son muchas. Quizá en Primary Colors, se destaca mucho más el papel de la mujer del gobernador, que aparece como su seguidora más entusiasta y una de las más interesadas en que su marido gane estas elecciones y gane poder para, más adelante hacerse con la presidencia del país. A lo largo de la película la vemos enterarse de las infidelidades de su marido, de su falta de moral y de los errores que ha cometido pero aún así le apoya ya no por amor o lealtad sino por ansia de poder, ella no quiere quedarse fuera de todo lo que significa ser la mujer del gobernador.
En Los idus de marzo, la esposa de Morris, no juega un gran papel. Es la becaria, embarazada y en problemas, la que acude a Steven para conseguir el dinero del aborto y así se él descubre lo que el gobernador oculta.
En definitiva, ambas hacen el mismo recorrido si bien de formas algo distintas aunque con puntos idénticos de la trama y personajes que hasta en la sinopsis se describen de manera idéntica. Quizá por eso Los idus de marzo no resulte tan interesante, por lo repetitivo. Es un buen ejercicio de moral y de comunicación política, una buena forma de entender como la imagen pública y el poder de los medios son lo que determina el éxito o el fracaso de todo lo que intenta posicionarse y el alcanzar el poder, la fama o la gloria.
Para eso, tenemos también el primer capítulo de una serie muy breve (únicamente tres episodios), Black Mirror. En este primer capítulo el director, Otto Bathurst, nos da toda una lección de comunicación, política, opinión pública y moralidad en su sentido más dramático.
Me pregunto si al tocar estos temas, los guionistas nos plantean un reto, un dilema sobre la sociedad de la comunicación, una sociedad que se despierta conectada y se acuesta con mil aparatos para no descansar nunca. Vivimos en la era de la información aquí y ahora, en la inmediatez y en la posibilidad de que un comentario haga más daño de lo que podría hacer todo un ejército. Mass media en estado puro. ¿A qué precio hemos vendido nuestra intimidad? Al valor del poder, un poder para destruir, cambiar…. ¿mejorar?
JC
miércoles, 18 de enero de 2012